No todo es monotonía ni movimientos repetitivos en la rutinaria tarea del archivo periodístico. Entre tanto material aguardan, listas para ser descubiertas, las riquezas escondidas e inexploradas. Subyacen sigilosas, latentes, entre fichas, carpetas, sobres y latas. Es el caso de una serie de negativos descubiertos durante el año pasado; la producción fotográfica de César Martínez Lanio, registro notable de las décadas de 1920 y 1930 de Tucumán. Su estilo en la construcción de la imagen y su excelente calidad técnica, llamativa dada la tecnología de la época, convierten al Archivo Lanio en una colección excepcional para la identidad y la memoria de los tucumanos.
Lanio, como decidió ser conocido, ingresó a LA GACETA el 1 de febrero de 1922 para operar la radio que recibía las noticias en el diario. Oriundo de Oviedo, al norte de España, había arribado con 17 años a la Argentina en coincidencia con el Centenario de la Independencia. En Buenos Aires fue uno de los fundadores del Centro Asturiano, que lo aglutinó junto a sus compatriotas bajo el lema “para no estar solos entre tantos”. Ya en 1921 se había establecido en Tucumán e integraba el primer esquipo de básquet en la provincia: el Tucumán Básquet Ball.
En las primeras décadas del siglo XX Tucumán ya detentaba el prestigio de ser un polo industrial, a partir de una dinámica económica determinada por la industria azucarera y por sus actividades complementarias. Esta intensidad productiva y mercantil convertía a la provincia en una región cosmopolita, receptiva para los inmigrantes y con grandes posibilidades de ascenso social, lo que incluía redes de contención para sobrellevar el desarraigo. Era el caso de los clubes deportivos y sociales.
Lanio se asoció en 1924 con el fotógrafo Raúl Castillo, hijo del reconocido pintor peruano Teófilo Castillo, para establecer el estudio Castillo & Lanio en calle Laprida 155. Este estudio fotográfico, que prestaba servicios a LA GACETA, ganó renombre retratando a la clase alta y acomodada de Tucumán, que procuraba perpetuar la memoria familiar por medio de la fotografía. Esto no era novedoso para la época, pero sólo resultaba accesible a determinados grupos sociales, con dinero suficiente para financiar tan costoso recuerdo.
Al poco tiempo de iniciar este emprendimiento, Lanio puso de manifiesto su interés por convertirse en reportero gráfico, ya sea por juventud, por espíritu aventurero o por el interés de relacionarse en la nueva comunidad en la que había decidido establecerse. Así lo demuestran sus registros fotográficos. Fue su vínculo con el deporte, como jugador y árbitro de básquet y como miembro de la comisión directiva del Club Atlético Tucumán, lo que indudablemente le permitió acceder a determinados lugares y retratar sectores populares que pocas veces habían sido fotografiados en esa época. El oficio en la fotografía periodística y la práctica de deportes le sirvieron para vincularse y otorgarle la versatilidad necesaria para registrar los distintos ámbitos de su entorno.
En la década de 1930, cuando Lanio ya trabajaba exclusivamente para LA GACETA, la sociedad tucumana multiplicaba los espacios culturales, permitiendo el acceso de los sectores populares a la lectura y a la escritura. Esto hizo crecer el consumo de diarios y revistas, con lo que la imagen impresa ganó espacios masivamente. LA GACETA no fue ajena a ese cambio social, por lo que invirtió en una renovación tecnológica, proceso que generó un recambio en el diseño y en la gráfica. Desde entonces las fotografías ocuparon un espacio inédito en las páginas.
Con todo esto, la firma de Lanio pasó a tener un lugar sobresaliente, no sólo en las coberturas diarias de noticias sino también en las columnas semanales a su cargo. Tal fue el caso de las secciones Nuestros Hogares, La Novia de la Semana, Efigies Deportivas y Residencias Veraniegas.
En el apogeo de su profesión, durante la cobertura de la carrera de autos “200 millas de 1937” en el parque 9 de Julio, un competidor perdió el control de su máquina y atropelló a Lanio. Lo que en principio fue una simple fractura derivó en una infección y, con el tiempo, en la amputación de una pierna. Esta discapacidad alejó a Lanio de su oficio de reportero gráfico.
A pesar del valor que desde nuestra evocación podemos darle al brillo de su mirada, es inevitable el lamento por la pesadumbre que seguramente atravesó Lanio, empujándolo al ostracismo en su profesión, y que nos privó de ese talento y de esa agudeza con la que reflejaba a los tucumanos. Sin embargo, su legado, gracias a su compromiso y conciencia sobre la importancia de conservar en condiciones los archivos, nos permite no sólo maravillarnos sino también reflexionar e interpelarnos sobre nuestra actualidad.